Recuerdo que cuando
apenas tenía 3 o 4 años mi madre me llevaba de la mano a su clase de flamenco
donde ella aprendía a bailar. En un salón oscuro y gris, yo me sentaba obedientemente
en una esquina de la clase, en una silla de la que me colgaban mis pies. Ahí me
convertía en testigo silenciosa de las órdenes de un profesor con mucho genio al
que yo no le quitaba la vista de encima porque llevaba en su mano un palo grueso
de madera con el que golpeaba fuertemente el suelo marcando el ritmo de cada
baile.
Jamás hubiera
podido ni imaginar que luego acabaría enganchándome tanto el flamenco.
Qué acierto tuvo
no sólo mi madre, sino cada uno de nuestros antepasados que ocuparon esta
tierra a lo largo del tiempo: fenicios, griegos, romanos, judíos, musulmanes, gitanos...
todos ellos intervinieron para crear esa mezcla maravillosa a partir de su
legado cultural.
El flamenco es
mágico.. nace del lamento, del dolor, pero lo convierte en alegría..Te eriza la
piel, provoca sentimientos, te llena de intensas emociones.
Resulta
imposible quedarse impávido al escuchar su ritmo. Con sólo empezar el compás
nuestro pie sin querer golpea el suelo, nuestras manos se animan a palmear y el
cuerpo entero invita a moverse.
El flamenco es
el resultado de un perfecto mestizaje de culturas, es una pócima mágica nacida
de la aportación de lo mejor de cada una de las civilizaciones que han ocupado
nuestra tierra. Es riqueza… y es nuestro. Con gran acierto y demora, en 2010 la Unesco declaró el flamenco
Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Y yo, hoy día, después de haber sido profesora de baile flamenco y regional
durante 20 años, después de pasar horas y horas enseñando a alumnas con la
misma ilusión, vuelvo a convertirme en lo quiero realmente ser, una alumna con
deseos de seguir aprendiendo, hoy de la mano de mi maestro, Pepito Vargas.
Muchas veces pienso lo que daría yo por volver a aquellas clases de
flamenco con mi madre…quiero continuar con los sueños que empecé sentada en una
silla viéndola bailar.